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Detrás del filete

Héctor Conde tiene 41 años, 4 hijos y trabaja desde los 16 en el expendio de carnes “Pacho”. Su padre, el señor Alfonso, desde muy pequeño le enseñó a cortar la carne, a distinguir las cualidades de cada trozo, a diferenciar las piezas. Pero la práctica le ha enseñado a hacer cortes tan finos y sutiles que separan únicamente el “gordito” grasoso de cada porción de carne dejándolo rojito y visualmente muy atractivo. Toda esta experiencia y saber sobre la carne  la adquirieron sus dos hijas mayores, Paola y Jennifer, quienes por tres años seguidos fueron sus mayores ayudantes y mano derecha. Sin embargo, sus sueños e ilusiones estaban lejos de dedicarse por completo al manejo de la carne. Ser policía, para las dos, era su prioridad.

Pacho inicia su día a las dos de la mañana, con el frío de la madrugada llega al puesto 0128 del pabellón de carnes de la plaza de la 21, enciende neveras, saluda a sus colegas, se pone su bata de tela blanca que ya tiene una tonalidad amarillenta por su uso, y encima un delantal de plástico que lo cubre hasta sus pies. Afila cuchillos y comienza con el proceso de desposte, que consiste en separar y sacar las piezas que vienen en conjunto con los brazos y patas de la vaca, traída directamente del matadero ibaguereño, Carlima.

 

A las 5:30 de la mañana comienzan a llegar los clientes, tenderos, propietarios de restaurantes populares y aledaños a la plaza, todos ellos son sus mayores compradores. Y así, su jornada termina a las 12 del día cuando llega a su casa, almuerza, descansa, comparte con su familia y tipo seis de la tarde comienza a cobrar lo que le fió a cada uno de los clientes. Así funciona el negocio.

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Pacho es un señor tranquilo, se nota en su pausada manera de hablar. Alegre, pues a cada situación le tiene un dicho y una carcajada saca a relucir su blanca dentadura y “echado pa’ lante”, pues así su padre se lo inculcó. Para él, no hay descansos “esto es una labor absorbente, porque no distingue de festivos, fiestas, vida social, lluvias ni truenos”.  

 

Y es que el oficio de ser carnicero independiente tiene sus ventajas y desventajas, como todo trabajo tradicional, tiene sus mitos y sus estigmas. Cuenta “Pachito” como lo conocen sus clientes, amigos y familia, que pertenecer a esta rama del manejo y venta de carne es una forma de vida que posee sus sesgos ante la sociedad.  


Una de las situaciones en las que se ha sentido discriminado por su trabajo, fue hace poco, cuando se encontraba en busca de una casa en arriendo en Tierra Linda del Vergel. Su dueño, mientras miraban la casa, le preguntó a qué se dedicaba, él muy formalmente le dijo que trabajaba en un expendio de carne,  “o sea usted es carnicero” respondió, y pacho sin titubear dijo “sí señor, algo así”. El señor sin más que decir y desmoralizado por la respuesta le contestó sin rodeos “no mano, ustedes los carniceros beben mucho y yo no voy con eso”. Pacho, un poco molesto y queriendo decir muchas cosas, tan sólo se limitó a contestarle “señor, no todos somos así, yo trabajo duro y mantengo a mi familia, yo no tomo”. Esto sin lugar a duda es un claro imaginario social que se tiene de los carniceros: que son bebedores,  borrachos, que son ordinarios, que hablan mal y con groserías y, que siempre tienen plata en el bolsillo, pero Héctor no se acerca ni lo más mínimo a esa descripción.

 

Cuando se le pregunta a Pachito sobre qué le hubiera gustado haber hecho de no haberse dedicado por completo a la carnicería, él responde sin dudarlo “a mí me hubiera gustado estudiar Derecho” pero las circunstancias de la vida a veces no se ponen de acuerdo con los sueños de las personas. Sin embargo, se encuentra muy agradecido por haber heredado el conocimiento de su padre, ese saber que le ha dado para sostener su familia y darle a sus hijos, lo que quizás a él le faltó. Ese saber que pasa de generación en generación, ese saber que no distingue género ya que su hermana también se dedica a explotar su talento y a aprovechar las enseñanzas que su padre les dejó. Cuenta pachito que ella tiene su negocio de carnicería ubicado en el barrio La Gaviota.

 

Héctor afirma que su oficio está después de su familia, pues éste le ha enseñado sobre la vida, las personas y el dinero. Y es que a lo largo de los años, ha sido testigo de los cambios que ha tenido la industria de la carne en el Tolima y cómo la gente sin saber, desprecia y se asquea por la que verdaderamente está buena. La carne de la que pacho habla es aquella que después de pasar la vaca por el matadero, es colgada por tres días sin ser tocada o manipulada y, después se consume. El sabor de esta, según su experiencia, es una total delicia, su color cambia drásticamente, pues se torna de un rojo a un verdoso que asusta a la gente, sin embargo no es dañina para la salud, y su textura, corte y sabor es tierno, mucho mejor que la carne roja.

Pachito al final de día agradece a Dios por su trabajo y familia pues afirma que  aunque se ganara el baloto o la lotería, no dejaría su oficio, la carne es su historia, su vida y tradición.

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